
Comentario
“Si alguno me ama…, mi Padre lo amará, y haremos morada en él” La promesa que está ligada a la mesa eucarística hace que habitemos en Cristo y Cristo en nosotros. Porque está escrito: “Él mora en mi y yo en él” (Jn 6,56). Si Cristo mora en nosotros, ¿de qué podemos tener necesidad? ¿Qué es lo que nos podría faltar? Si moramos en Cristo, ¿qué más podemos desear? Él es al mismo tiempo nuestro huésped y nuestra morada. ¡Dichosos nosotros porque somos su habitación! ¡Qué gozo poder ser nosotros mismos morada de un tal huésped! ¿Qué bien podría faltar a los que así trata? ¿Qué es lo que podrían tener en común con el mal, los que resplandecen con una luz tal? ¿Qué mal podría resistir a tanto bien? Ninguna otra cosa puede morar en nosotros o venir a asaltarnos estando Cristo tan íntimamente unido a nosotros. Él nos rodea y penetra en lo más profundo de nosotros mismos; es nuestra protección, nuestro refugio; nos abraza y ciñe por todos lados. Es nuestra morada, y el huésped que llena toda su morada. Porque no recibimos sólo una parte de él sino a él mismo, no un rayo de luz, sino al mismo sol… hasta el punto de no formar con él más que un solo espíritu (1C 6,17)… Nuestra alma está unida a su alma, nuestro cuerpo a su cuerpo y nuestra sangre a su sangre… Tal como lo dice san Pablo: “Nuestro ser mortal es absorbido por la vida” (2C 5,4) y “Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí”
0 comentarios:
Publicar un comentario