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10 jun 2008

Mateo 5, 13-16

Ustedes son la luz del mundo
Mateo 5, 13-16. Tiempo Ordinario.

El que lleva la luz de la fe no puede ir con la cabeza agachada.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Vosotros sois la sal de la tierra. Mas si la sal se desvirtúa, ¿con qué se la salará? Ya no sirve para nada más que para ser tirada afuera y pisoteada por los hombres. Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte. Ni tampoco se enciende una lámpara y la ponen debajo del celemín, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa. Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.
Reflexión

¡Cuántas veces ponemos sal a los alimentos para darles más sabor! Jesucristo usa los hechos de la vida común para darnos una enseñanza. En esta ocasión, Jesús habla con comparaciones a sus seguidores. Los compara con la sal y con la luz. Ser sal es dar sabor, es cambiar el gusto a las cosas que normalmente pasan o que no podemos evitar, como el dolor físico o moral. Cosas que a veces hasta nos hunden en un vacío de amargura tan desabrido como la sal que ha perdido su sabor. Darle sabor a la vida es cambiar el vinagre en vino dulce. Cuando el sufrimiento nos aflige debemos ponerle un poco de esa sal que cambia ese mal rato en algo mejor. La sal es el amor. Sólo el amor tiene las cualidades de la sal que da sabor a nuestras angustias más íntimas. El amor pone sabor a todo. Amor que es la característica del cristiano. Amor que se traduce en caridad, perdón, servicialidad con mi prójimo. La luz y la oscuridad nunca se juntan, es imposible unir el día con la noche. Debemos ser para los demás, alzándonos del polvo de la tierra que son la concupiscencia de la carne y la soberbia del espíritu. Debemos levantar la antorcha de luz, nuestra fe. Sin miedo, orgullosos de ser cristianos. El que lleva la luz de la fe no puede ir con la cabeza agachada, sino con una sonrisa en el rostro. La alegría de ser sal y ser luz para el mundo está en Cristo que murió y resucitó por cada uno de nosotros.

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